viernes, 8 de marzo de 2024

2024.3.8 Día 4. Camino Córdoba

 

2024.3.8 Camino Córdoba

La excursión periclitaba. El fin estaba a poco más de 256 km y 3 horas de camino. Le pongo la música de Gabinete Caligari (Camino Soria) al despertar y, mientras nos lavábamos la cara ante el espejo, se nos escapaba “V-o-y//c-a-m-i-n-o- Córdobá….”. Pero en realidad no queríamos irnos. Sentimientos encontrados. Quién va a querer dejar este ambiente, este momento después de años de pandemia cuando fue imposible salir ni a la puerta de casa, dando clase tras una pantalla y con mascarillas que parecíamos embozados cuando no leprosos. Se acaba la historia, y en alguna cara se entreveía tristeza de que la realidad nos diese un baño, nos sumergiese en la rutina con sus circunstancias. Yo y mis circunstancias.

El ventarrón gélido de ayer nos trajo el agua que le ahorró pilas al despertador, nubarrón repiqueteador de nuestras guardas. La cabaña sonaba como si el lapislázuli y los piroclastos de un volcán próximo estuviesen aterrizando. Qué tunda. Había que levantarse para hacer la recogida de leoneras y tigreras. Levantamiento de campamento, y eso lleva lo suyo.

El desayuno, como siempre. Ahí vimos alguna carilla tristoncilla, meditabundo rictus en el que se entreveían reflexiones más profundas que las de la llegada, seguramente superficiales y ociosas. La cuenta atrás se exteriorizaba con ‘vengas’, ‘no dejaros nada atrás’, ‘retrovisor, retrovisor, retrovisor’, ‘préstame la escoba’, ‘quillo, muévete ya que nos vamos’. Una sarta de tics y bocinazos que daban cuenta del acontecimiento final. Que el Camino-Doñana había que deshacerlo.

Yendo para tomar café nos encontramos con el Dacia blanco de Paco el guarda, el guardaespaldas bragado (de buey, no de mala intención). Un dechado de virtudes humanas. Nos abrazamos efusivamente porque habíamos hecho migas, nos estimamos en tan poco lapso de tiempo, pero me vine sin su foto. Imaginen estibador portuario con gorro de lana, barbudo, 1’73, 90 kilos, acento ceceante, gracejo. Me prometió que la próxima vez sí habría fotos. El problema –no se lo dije- es que no habrá blog, y entonces el valor de la instantánea decae como los índices bursátiles. Sin perder las amistades –que no Paco, que no las vamos a perder-, tú te lo perdiste. Hubieses pasado a formar parte de la galería de hombres ilustres del histórico IES Averroes. Ahí queda.

Las conversaciones de anoche seguían por la mañana, como el viento con el agua. En los soportales de los refugios se escuchaba (yo poniendo el oído como la vecina de enfrente un poco cotilla) que las misteriosas pérdidas eran misteriosas, que las puertas estaban encantadas al abrirse y cerrarse solas (descartaban una corriente de aire), que las luces eran guiñosas. Escalofrío. La silueta fantasmal de alguien creemos que estaba detrás de estos fenómenos paranormales (cuando lo escribo, lo declamo y me sale una voz entre Jiménez del Oso e Iker Jiménez –inténtelo si quiere imaginarme en este momento de trance a escasos instantes de echar espuma por la boca-). Por la noche, cuando vinieron a denunciar los hechos, les nombré la posibilidad de haber hecho una güija, y sirvió para que la estampida fuese multitudinaria como si me hubiese hecho invisible y lo que oyeron fuese una presencia psicofónica (güijjjaajjjjajjjjaahhhhhjjjj). Justo en el momento que les conminaba a la invocación, una lechuza levantó el vuelo. Cruzzzhhhh fue más bien lo que se oyó. Lechuza, no lechuzo.

Lo mismo que se ponen las calles por la mañana, decimos, pues también se pone el camino, y hoy todo estaba ya puesto. Camino se hace al andar, el trecho que ya andamos y el que por andar hoy haríamos de vuelta.

Recogiendo bártulos me encontré con un regalo que me hizo ayer por la noche Adriana. No cualquier cosa. La charla en la mañana de ayer con un grupo de niñas sobre qué sería de sus estudios, de su futuro vocacional, nos llevó a saber que ya hay alguna que manifiesta inteligencia artística. Paseamos por la playa, conversamos, le recomendé alguna lectura estival. El arte plástico la está esperando. Ese va a ser su camino, y quiere recorrerlo. Agradecida, quizá, por ayudarla a andar, por darle un empujoncito, por ser muleta en su vida, por querer ser ya artista nos vino con un presente, más que de su puño, de su corazón (o de su corazón por su puño; eso). No le pregunté el título. Conejos rojos, dos preciosos conejos rojos, macho y hembra, en los que quise ver pasiones. Y todo viene, creo, porque estuvimos por Doñana hablando de linces y conejos, de la etimología de España (el fenicio topónimo de ‘I-spn-ya’, oséase, tierra de conejos). Ahora, en el cuaderno de campo tenían que hacer algún apunte abosquejado, y esta niña nos llega en las postrimerías del día de ayer, casi cuando el ffffffuffff nos estaba helando vivos, con esta prueba de agradecimiento que para nosotros siempre será muestra de bondad y gratitud. Gracias, Adriana, el mundo del arte está esperando que hagas tu camino, que lo conquistes, andando, emborronando, manchando, abocetando, perfilando, exponiendo, regalando, ganando. Ojalá vivas como desees, y cuando llegues a casa después de esa aventura paisajista, digas al entrar, “mamá, quiero ser artista” (si eres geógrafa tampoco pasa nada). 

[Inteligencia Artificial (IA): “En, este, momento, el, que, me, está, tecleando, pone, cara, de, pillo; quizá, sea, un, pillo. Cuando, nombra, Geografía, y, Paisaje, le, cambia, mucho, la, cara”]. Cuando las máquinas se rebelan pueden revelar secretillos pillo-pillo. No sé qué voy a hacer con esta vieja computadora, vieja-al-visillo. Alcahueta celestina metomentodo. Malandrina. Mejor será dejarla un rato, vaya a seguir reflejando caras. Silencio, Sssshhhhiiiii. Estará durmiendo o soñando. Veo pompas de colores flotando por su pantalla como psicodelia virtual. Seguro que ha tenido celos de Adriana y  se quiere poner artista surrealista con onirismos ininteligibles. Envidiosa máquina. Tonta IA. Ella no sabe que nunca pondrá el amor que la dibujante pone cuando coge un bolígrafo rojo, la pasión desmedida por hacer suyo el mundo que la rodea. ¡¡¡Adriana, cuando seas famosas, ya sabes quienes te enseñaron territorios!!! ¡¡Queremos un paisaje tuyo!!!!.

A otra cosa, mariposa.

Hicimos revisión de camaretas. Bueno, aceptable, aunque la 502 estaba para verla. El retrovisor es un valor que no han desarrollado sus ocupantes. Faltaban pelos de leona para decir que aquello era una…… Adivina!!! Era, era, una………….

A las 10,15, tras pasar revista a las tiendas de madera, subimos la bandera de salida que es lo mismo que dejar atrás y bajar la barrera de entrada al camping. El día inmejorable. El cielo con sol y nubes, y un azul que dejamos de ver ayer porque se entoldó la cosa de tal manera que sólo hay gris (marengo) para estos casos.

No queríamos recordar más que el cuaderno se recogía al llegar a la Aldea Quintana, pero como ayer dijimos que era buen momento para rematar la faena y recoger flecos, efectivamente las rectas desde Matalascañas a Almonte y más para acá sirvieron de biblioteca púbica andante.

Nada más coger a derechas al dejar el camino terroso de salida, el micrófono del bus se abre: “fffffff, ffffff, bien. ‘Soy cordobés, de la tierra de Julio Romero, el pintor de la musa gitana, Córdoba sultana, cuando te quiero; soy cordobés, y a la orilla del Guadalquivir, tengo que poner un letrero diciendo ‘Me muero, Córdoba por ti’ (Partitura del "Soy cordobés", Rafael Castro). No hubo acompañamiento, fue una capela de cantautor folklórico que quería dejar las penas en Huelva mejor que transportarlas sin necesidad. Algún ‘olé’ extemporáneo sonó de fondo.

Como no bailamos la noche anterior por las inclemencias meteorológicas y porque todo ha cambiado de cuando fuimos de excursión en 8º de EGB por Cazorla y Las Alpujarras en cuanto a la relación entre profesorado y alumnado (al profesorado nos ha salido un duro competidor con el móvil para ser alguien , en una excursión, más móvil que nunca), nos permitimos aprovechar que el altavoz zumbante de algún mozo retumbaba, para mover el esqueleto (El taxi). Cansados estábamos, pero con ganas de bailar también estábamos. Nos pusimos un poquito firmes al pasar a la altura de la Aldea (del Rocío). Para la Quintana nos quedaba un ratito curioso. Supusimos que el manto de la Virgen nos habría cubierto en nuestra andanza. Las velas que le pusieron algunos, en el plano de la fe, hicieron efecto. Indemostrable, creíble (se nos vino en ese momento a la cabeza qué tuvo que pasar Elcano cuando volvió en 1522 de la circunnavegación habiendo perdido prácticamente toda la tripulación –de 239, 18 supervivientes-. Fue un mero pensamiento; prohibido sacar concomitancias).

Pasamos el Aljarafe, Sevilla, y saliendo de su área metropolitana, Carmona en lo alto de su alcor. Parada en la espectacular puerta de Sevilla, atravesamos el casco histórico hasta la puerta de Córdoba, haciendo el recreo en la coqueta plaza de San Fernando, donde comimos un piscolabis choricero (de que era viernes de Cuaresma se acordaron dos personas –se permiten apuestas-). Pan de molde, ungüentos cárnicos, y la profe haciendo de ama de casa, al cuidado de toda la prole. El profe fue ‘raptado’ por Nicolás, un carmonense de tomo y lomo, que viéndolo con cámara en ristre y mochila –jubilado que está el hombre- nos cogió del brazo y para el Mercado de Abastos que me llevó. La arquitectura civil de este elemento urbanístico es un punto al que hay que buscarle las coordenadas (que hay que venir, por si no se ha entendido bien). Y mira que pasamos por la vera en pleno Master de Paisaje hace ya quince años, pero se nos pasó. A las 12’10, terminamos nuestra rutita para hacer la actividad requerida, otra senda urbana como la de Huelva capital, pero esta vez en grupo, con lo cual debiera salirnos parecida, pero con diferentes percepciones, una por alumno/a, 28 interpretaciones. Esta es la parte subjetiva del paisaje. Como las inteligencias, nunca debiéramos utilizar el singular: paisajes.

Foto en la puerta de Córdoba, y Antonio que, como reloj japonés (suizo ya lo dijimos otro día; para no repetirnos), acechaba con su elefante rodante con la campiña del Corbones de fondo.

Al llegar a La Carlota, Mª José cogió el micro para despedirse, dar las gracias. Abrevio para evitar emociones, que ya han sido muchas. José R., lo mismo. Fácil de sospechar la carga sentimental de los discursos. Gracias recíprocas, querida, gracias extensivas a alumnado, a familias –que tanto sacrificio hacen para que puedan excursionar-, gracias al personal del camping, gracias a Antonio, verdadero piloto al estilo de los náuticos medievales –aunque ahora con GPS, que no es moco de pavo-.

Cortemos que no tenemos fin, y todo debe de llegar a su fin. Yasmin, Paola, Valentina, Nadia, Saray S., Bella, Juan Carlos, Miriam, Almudena R., Adriana, Almudena T., Samara, Cristian, Víctor, Alejandro, Laura, Miriam B., Saray B., Jesús Manuel, Auxiliadora,  Sara, Roberto, Rafael, Antonio , Adrián, Lucía,  Ainoa y Nuria fueron los actores y actrices protagonistas. A los profesores nos ha encantado estar con vosotros/as, formar parte de vuestro curso y vida más allá del aula y de sus límites.

Se acabó. En algunos momentos hemos iniciado la jornada con el himno de la excursión (Somos diferentes, Macaco). Con él nos despedimos. Y con la banda sonora personal, con la que siempre recordaremos esta excursión geográfica, la que nos da vida cuando las tristezas, el desdén, la incomprensión, la soledad o la contención pueden afligirnos. Es el otro himno, la música que nos da fuerza para el impulso que nos lleve a otro destino, a otras geografías, físicas y humanas.

Lana Del Rey - Summertime Sadness


2024.3.8 Galería de imágenes

jueves, 7 de marzo de 2024

2024.3.7 Día 3. Camino Huelva (y los flecos de ayer)

 

Día 3. 2024.3.7 Camino Huelva (y los flecos de ayer)

Continúa. Decíamos ayer….

…que salimos escopeteados de Riotinto tras la rotura del tren. Improvisación geográfico-gastronómica: unas tortillas españolas con empanadas cordobesas nos sirvieron para salir del atolladero. Una cadena humana magnífica (Sara y  Yasmin, de camareras, el profe de pinche y la profa de chef)  nos permitió hacer bocadillitos y montaditos en plan industrial. La cadena de montaje H. Ford se quedó corta y primitiva en comparación a la industria en movimiento que conseguimos articular (las curvas nos las pasábamos por ahí abajo –por las ruedas, no seas malpensado-). Vaya engranaje. Comidos. La bebida la tuvo que poner cada cual. Evaluación: “- ¿Qué tal nenes? ¿Bien? - Maestro, de sobra. Bien, gracias. –Esta noche apuramos más la cena, ¿vale? –Claro, claro, no te preocupes, maestra; ha estado todo muy bien”.

Sin tiempo para dar una cabezada, Aracena se dibujaba en el horizonte, un chorreón blanco cual cagada de perdigón en medio de una morena sierra a la que le ha hecho bien la lluvia del invierno, que aquí es sensiblemente mayor que en nuestra Córdoba. Antonio, nuestro mejor chófer, se fajó para negociar curvas más astutamente que Antonio Albacete, el gran camionero de España, el ganador de tantas carreras. Antonio, nuestro Jiménez, que ya venía doctorado al volante, se hizo emérito en tan serpenteante ruta. Antonio es canela en rama, calidad profesional by Pérez Cubero (de la calidad humana mejor no escribir mucho porque, si no, no terminamos esta galerada).

Aracena es bonita donde las haya. El castillo y su ‘mazmorra’ natural de las Maravillas eran nuestro vértice geodésico. La psicodelia de formas kársticas se abría como las páginas de un viaje al centro de la Tierra verniano. No estuvo el gran Jules por aquí que sepamos. Formas misteriosas que el agua ha ido labrando durante cientos de miles de años, carbonato cálcico disuelto y esculpido por una gravedad que juega caprichosamente con el agua y el agua con la roca. Abanicos, cortinas, estalagmitas y estalagmitas, formas orgánicas fálicas en un juego de claroscuros contrastados con embalsadas turquesas. Santi, el guía, nos permitió una foto de grupo haciendo un favor, pero mira por dónde la máquina réflex entró en pánico -creemos que sería- y comenzó a disparar descontroladamente. No quería perderse una. Uno de las tareas que les pedimos en el cuaderno de campo al alumnado era la percepción, qué sientes cuando uno circula como un leucocito por la corriente sanguínea, como un buitre leonado en una ascendente térmica primaveral. Y lo cierto es que es un momento intransferible. El silencio, ya que la oscuridad natural nos impediría el avance, debe ser nuestro fiel acompañante para poder interiorizar el sentir de nuestro sostén vital, la Tierra por dentro. Las entrañas de la madre Tierra nos acogían en su seno a modo de útero placentero y placentario.

Alguna alumna no pudo penetrar en la caverna, entró en un sucedáneo de pánico que le impidió cruzar el sumidero de hombres. Alguna otra hubo que auxiliarla para que la humedad, la sugestión y el asma no le hiciera pasar un mal trago. Nada nuevo en el subsuelo (es que aquí no pega escribir ‘Nada nuevo bajo el sol’). No es fácil aceptar que sobre tu cabeza millones de toneladas de caliza, por bellas que sean, son una pesada montera.

Volvimos sobre nuestras rodadas. El viaje (el que o la que no quiera leer este párrafo por escatológico, que se lo salte) lo aprovechamos para reflexionar sobre otro valor geográfico: la adaptabilidad. Nos ponemos terrenales: si te entra ganas de hacer tus necesidades, si no te queda más remedio que cagar -que caga todo el mundo, que nos cagamos a diario y no precisamente de miedo-, cómo es que nos negamos a hacerlo donde nos pille. No puede ser. Hay que dar de vientre en cualquier coordenada geográfica, en el pincho de una pita. El geógrafo tiene que ser abierto de mente y de todo (los esfínteres no pueden esperar a que nos dé un parraque, un telele o una marraquia). No entramos en detalles porque fueron un lujo de ellos. Imagínense. Alguna que otra risa se oteó entre las butacas. Arcadas, ninguna. Cuando la cosa aprieta, en fin, hay que aliviar el viaje.

A la hora y pico, las banderas ondeantes de nuestro hogar, bajo unos celajes que presagiaban el frente polar, hacían que el día fuese cerrando el programa. El cielo ya lo hacía por si mismo. La carta de ajuste la echamos con la cena (croquetas, pollo, patatas, ensalada y algo de fruta). 

Paco, el rudo guardián del fortín campero, vino a dar vuelta, ronda de noche. Su vida, la nuestra, las intercambiamos. Confesiones de desconocidos que parecíamos no serlo. El ordenador nos alumbraba lastimero a través su pantalla amarillenta queriendo ya poner punto y final a tanto rollo de un día que fue ya no era imaginado, era vivido, era inolvidable.

2024.3.7. Amanece. La noche fue tranquila. El desayuno se retrasó como premio merecido (9’15). Huelva, la capital, era el destino cercano que no nos obligaba a apretar el cronógrafo. Mal que bien, las mesas se macizaron de esmayados adolescentes devoradores de todo lo que se les ponga por delante. Sin exageraciones, comen bien, comen como deben para tener la energía que les permita regar la cabeza. ¡Familias!, recogen de maravilla (la cueva homónima, la de Aracena, se queda desdibujada si la comparamos con lo que hacen cuando se les convence –o se les obliga, que es peor-, espectacular cómo cumplen con su responsabilidad de mirar por el retrovisor. El desayuno ya sabemos de qué iba (leche,…no me hagáis repetirlo).

Salida para Huelva a las 10’15. Llegó la hora del cuaderno de campo diseñado ex professo. Hay de todo: Geografía de la percepción y del comportamiento para realizar sendas urbanas; cortes topográficos para saber cómo andamos por la cavidad (por si nos sale algún espeleólogo de esta panda); reflexiones personales sobre la interioridad del interiorismo cavernícola; bosquejos y croquis de territorios panorámicos o de escala de detalle; localizaciones en distintas cartografías; cartografías ruteras; cálculos matemáticos sobre velocidad; distinciones sobre lo natural y lo antrópico; valoraciones maniqueas entre bueno-malo (positivo-negativo); cotejos meteorológicos; estructuración gráfica del conocimiento investigado; reflexiones sobre la experiencia geográfica. Los asustamos sin pretenderlo, pero hasta el día de hoy (estaba todo justificado), casi ni lo habían tocado, no le habían echado cuentas. Tiempo para ello no había habido, cierto es. No era la primera vez que les advertimos que el viaje es sinónimo de superación de los criterios. La observación docente tiene que venir acompañada de la rendición de cuentas. O cuadernillo solvente o suspenso al canto. Sin negociación ni misericordia. El viaje es de estudios. Cachondeos en sus justas medidas.

Al pasar Mazagón, el frente lluvioso tocó autobús (como cuando decimos que el tornado toca tierra, pues igual). Jarreaba. El diluvio de Noé nos daba la bienvenida entre Moguer y Palos de la Frontera. Se hizo la calma, pero Antonio tuvo que batirse el cobre para zafarse de tan opaca cortina de agua. Ni el cobre de Aracena ni las filtraciones del cerro del castillo fueron tan súbitas como la afrenta que el cielo le estaba haciendo a la nave de Antonio, el capitán (me imaginaba a Antonio cual Cristóbal (Colón) luchando contra las adversidades en la proa cada uno de su nave, una llamada Mercedes-Benz, la otra Santa María).

Un fray nos llamaba por teléfono para saber de nuestra existencia. Amable hombre que se interesaba por nuestra travesía. Lo calmamos (Nos suelta sin dejarnos terminar: “Oiga, usted es Pedraza, ¿verdad? No será usted pariente de….”. La conversación se cortaba, no sé si por la edad de mosén o por el tormentazo bajo el que navegábamos).  El turbión fue de aúpa.

Olivia nos atendió en el Monasterio de Santa María de la Rábida. Nos recordaba muy mucho a una antigua compañera de departamento, una tal Valle, más que en lo físico, en el trato, en los gestos, en sus dicciones. Nos hizo una guía inmejorable. Nos contó la presencia del genovés en el convento franciscano, las intrigas con Fray Juan Pérez, mecenas que lo puso a los pies de Doña Isabel de Castilla, la poderosa reina peninsular triunfadora en Granada. Vimos cuadros, firmas variadas del descubridor, miniaturas de la escuadra náutica, el refectorio, la sala capitular, una recreación del dormitorio colombino, banderas y tierras de los países iberoamericanos, el propio edificio del monasterio que se conserva en unas condiciones bastante aceptables. Por supuesto, la capilla y la virgen de alabastro ante la que el almirante rezó (a los pies de la misma iglesia, descubrimos –ya que estábamos en esta clave aventurera- un San Rafael precioso compuesto en vidriera). Entramos pingandito, nos secamos en el recorrido por el claustro y dependencias monacales, y salimos con un medio sol radiante que nos dibujaba un precioso día para transitar (flanear, nos gusta decir cuando vagabundeamos sin rumbo definido) por el entramado urbano del centro onubense. Explicamos a grandes brochazos el devenir urbanístico de la capital más occidental de Andalucía a la altura del estadio Nuevo Colombino, ciudad secundaria que despertó de su letargo marinero y agrario con el polo químico del Plan de Estabilización de 1959, que se llenó de petroquímica, de humos, pestilencias y desechos, pero que hoy ha cambiado su color, su olor y su sabor. Recomendable la visita a una urbe tranquila, apacible, de escala humana, que ha visto renacer su paisaje urbano en una reinvención que hay que conocer de primera mano gastando suela.

No queríamos dejar pasar la ocasión para recoger aquí que cuando nos despedíamos de Olivia, justo en la tienda de souvenirs, nos dice que tiene una amiga cordobesa que también es profesora de Historia en Córdoba, que se llama Valle, que era nieta del poeta Mario Villalba (a la postre era el eminente Mario López, el bujalanceño), y que la quería mucho. Sorpresa. Resulta que Olivia, la que le daba más que un aire a Valle cuando la conocimos, era amiga del alma de nuestra guía. No se nos ocurrió otra cosa que mandar un selfie y una grabación: “Cucha, Valle, que estamos en la Rábida….”. Dos cruces Tau, de colgante, de los franciscanos que estábamos comprando, nos la regaló. Cuando decimos que el mundo es un pañuelo y que hay que tener cuidado con lo que se dice, es que es verdad. De Valle, todo bueno. Valle, besos.

Tras pasar la punta del Sebo (donde se unen los ríos Tinto y Odiel en una amplia ría, con la isla de Saltés al fondo, donde Adolf Schulten quiso ver Tartessos), paramos a la vera del Senator. Bajamos hacia la plaza de las Monjas, centro neurálgico de la vida provinciana y capitalina, y rienda suelta, tiempo libre. “-Que no hay que gastar mucho. –Que nadie puede quedarse solo/a. –Que no vayamos a tener un problema con nadie. –Que hay que ser amables y respetuosos. –Que nos vemos a las 17 horas bajo este mismo magnolio”. Todos movían la cabeza como el gachón del tren de ayer. Parecían súbditos nipones saludando al Emperador del Sol Naciente. Escena de cine. Algunos estarían, en esa acompasada reverencia, diciendo para sus adentros lo que mi madre decía cuando algo no le cuadraba: “Que sí, Madrid” (haré lo que quiera; si has dicho que pida un choco, comeré un pedazo de hamburguesa; si has dicho que veamos el patrimonio, veremos escaparates).

Tomamos la ciudad, nos mimetizamos con el paisanaje. La profa y el profe circularon por la Concepción, por la Catedral (carraspeo, ¡uy con la catedral!, pero cada uno tiene lo que quiere o puede, y no hay que meterse en casa ajena –en este momento nos pegamos un tironcillo de orejas, más cuando el obispo Santiago es cordobés [confiamos en que no leerá esta bitácora, aunque el mundo, como ya hemos visto, es un pañuelo]-).

Un heladito que compramos –que no resultó ser la delicia esperada para nuestro paladar, pero sobre gustos ya se sabe- nos sirvió para recibir a la formal muchachada bajo el enorme ficus en la plaza de marras. Puntuales (valores geográficos aprehendidos). Nos subimos paseando con la tranquilidad de que estaba toda la cuadrilla enjaretada (la profa María José por momentos cambió de color a un rosáceo que manifestaba que la sangre le llegaba a la cabeza y que respiraba en una clara manifestación de instinto maternal de ver que llevaba como mamá-pata a todos sus patitos/as detrás).

Antonio, nuestro capitán, llegó clavado. Ni los británicos que recorrieron estas calles fueron tan suizos. Un clavo. Camino del camping, haciendo planes para la soleada tarde que nos pertenecía. A la llegada, el cuaderno de campo comenzó a ser tomado en serio al saber que mañana era pasaporte para la gloria. O entregas o nos atenemos a las (nefastas) consecuencias. Un grupete no podía venir a Huelva y no echar una pachanga futbolera, haciendo honores en el origen del deporte rey –eran ingleses, escoceses, galeses y norirlandeses los que se dejaron caer por aquí- a tan insigne tierra y mestizaje cultural. Un balón pagado en prorrateo en un chino de Huelva nos sirvió para jugar en una playa ventosa en la que podían más las ganas que la ventisca, vendaval por momentos.

Cenamos (patatas, filetes de cerdo, salpicón, ensalada, pescada), y la fiestuqui que íbamos a hacer pasó a mejor vida por culpa del frío eólico que nos dejó ateridos. Aquí el baile y el cante pudo menos que el balón del chino. Cada mochuelo a su olivo, cabañas cerraditas, calentitas (con la charla de fondo, todo de madera, y el viento soplando que me tiene las manos engurruñidas, más parece esto un cruce de calles –placita campista- del centro de Farnboroug o de Nottingham, con los pubs todavía bullangueros), y la satisfacción de tenerlos todos/as a cobijo sabiendo que están disfrutado como enanos –dicho por ellos/as-, vamos a cerrar el quiosco por hoy. Mañana será otro día. Plan cumplido. La penilla se adueña de los corazones. Esto se acaba. A lo lejos, hora de Cenicienta hace rato franqueada, las luces se traslucen por las cortinillas de los cubículos. El céfiro atlántico, en la oscura noche gélida, ruge ffffffufffff, ffffffuffffff, fffffffufffff.


2024.3.7 Galería de imágenes

miércoles, 6 de marzo de 2024

2024.3.6 Día 2. Camino Marte (sucursal terrestre de Riotinto y Aracena): paisajes psicodélicos

2024.3.6 Camino Marte (sucursal terrestre de Riotinto y Aracena): paisajes psicodélicos

La noche fue estrellada en sentido literal. Un jalón de solecitos en el infinito universo titiló incombustible. De manera figurada, no fue una noche estrellada. El silencio, parece ser, dijo que no se estrellaron como desobedientes discípulos los inagotables muchachos. Paco, el guarda de seguridad, hombre bregado y curtido con pinta de lobo marino, no aporreó la puerta que, instantes antes de dar la media noche, amenazó con señalar con sus nudillos mamporrenos. En su mirada había limpieza, franqueza, sobraban palabras para saber la intención. El apretón de manos fue toda una declaración de intenciones. Paco no se manifestó en plena madrugada, termómetro de que reinó la calma.

7’20, y el profe sí que crujió los cristales que temblaban como si un terremoto acabase de tremolar el suelo. “-Buenos días. –Buenos días”, se escuchaba entre bostezos. La más cumplidora de las criaturas giraba el picaporte de cada guarida, y con tenue voz mascullaba: “Maestro, buenos….”. “¿Tenéis hora?”, se le escuchaba cabaña por cabaña (5 cabañas 5, como en las grandes corridas de toros esas de las 5). Y algún despistado excursionista con legañas aún, sin adivinar la intención, respondía. “Las 7 y 20, maestro”. “Ea, pues ya sabéis”.

Los profesores adelantaron su caminata hasta el buffet y conocieron el océano que estaba recién puesto a esas horas de la mañana. Inmaculada lámina manchada de petroleros y portacontenedores que en la línea del horizonte esperaban pacientes a entrar por la ría de Huelva.

La troupe de comensales llegaba con paso mustio. 8’15, café, leche, cereales, zumo, y las mesas cual comederos sosegados en los que se mezclaba el olor de las viandas con las buenas colonias y los mejores desodorantes. Se levantaron y allí no pasó nada. La lección de ayer la aprendieron como nunca. Cada uno recoge lo suyo, coloca el ajuar utilizado y encima da los buenos-días. La buena educación es lo que tiene. Luego hablaremos de la otra.

Con las pilas/estómagos tan cargados, a algunos/as les hicimos un test confidencial: “- ¿Te arrepientes de haber venido? –Maestro, qué dices, tienes unas cosas”. Insiste el maestro. “- ¿Hubieses pagado más?” “Uy, pues verás, no sé, jejejejejeje”. No sé si querían decir –intuyo con inocencia- que, si de ellos hubiese dependido, quizá casi todo el oro del mundo por el rictus que ponían en la respuesta. Buena señal.

La N-435 nos proyectaba hacia el norte. Primero la franja litoral, luego las campiñas, detrás, sin solución de continuidad, el Andévalo, y de telón de fondo la Sierra Morena plena, profunda, verde oscura, quebrada, despoblada, silvícola y ganadera. Sucesión de unidades de paisaje. Aprovechamos las primeras estribaciones para echar en cara la falta de puntualidad de algunas ‘dormilonas’ que, ay madre mía. La gloria ganada la tienen las madres (con algunos padres también contamos). Pues la Geografía, como tantas veces les decimos, sirve para inculcar valores. Esto merecería una tesis doctoral. Aquí nos quedamos con las del día de hoy: la humildad (no somos ni tan importantes ni tan grandes, la Tierra gira todos los días con nosotros y sin nosotros, y, a veces, a pesar de nosotros; y también por eso algún ejercicio reza sobre la grandeza y la pequeñez) y la puntualidad (es mejor persona el que cumple con el reloj, el que acude raudo a la cita; el que llega tarde por sistema, desprecio. Por sistema, que no es el caso de hoy, no se alarmen).

Fuimos dando brochazos de paisaje. Los valores en sus dosis, y sobre todo la teoría de los valores. Mejor practicarlos, que es más sano y más ejemplar. Algunos/as comenzaron a darnos un camino del Calvario, un viacrucis (para los profesores, por lo menos) y eso que no comieron lengua de cotorra. Qué hartura. Desde aquí pedimos, para estos momentos (afortunadamente no es todo el día), ayuda a las familias. Que hablen con sosiego y calma a sus descendientes a ver si a esos pocos se les pega algo. Y sobre todo que escuchen a sus hijos, a ver si también se les pega la escucha. Qué duro, qué trabajito, qué martirio. SOS, métanse en nuestros pellejos (prometemos que no va en el sueldo). Si no me ven ahora mismo, les prometo que les estoy guiñando. En Geografía decimos que verán, pero no mirarán. En la calle se suele decir lo contrario, miran pero no ven. El paisaje, para entenderlo hay que mirarlo, no verlo. La mirada paisajista. Algunos, insisto, por momentos, ni eso. Bebemos agua, pasamos el trago.

A las 10’50 nos introdujimos en Riotinto. La suerte supimos que estaba de nuestro lado cuando le dimos la mano y miramos a los ojos a Julio Macías. Hombre sabio, humanista, de esos que te encuentras por fortuna y que consigue que un museo (el Minero), que hace año y medio nos pareció anodino e hirsuto, ahora era, gracias a la didáctica y el vastísimo conocimiento de nuestro prócer, algo maravilloso. ¡Lo que es capaz de hacer el conocimiento! ¡El daño que hace la ignorancia y la dictadura de la negación (del negado que niega las luces de la razón)! Aunque no nos leerá el aludido, me siento obligado moralmente a dar la gracias a este hombre sabio porque nos hizo mirar la minería –no sólo verla- y la historia de este pueblo único por su pasado minerometalúrgico. ¡Lo que puede cambiar la vida cuando la persona indicada se te cruza en el camino! (siempre y cuando uno tenga apetencia por el aprendizaje, por querer salir de la oscuridad del conformismo y la repetición indolente). Imposible sintetizar tanta ‘dinamita’. Allí volaron no sólo calcopiritas, piritas, se abrieron cortas (como le llaman ellos a las canteras). Allí se trufó historia, petrología, química, etnografía,…Y lo más importante que nos cuenta: el proyecto E-LIX, Medalla de Andalucía a la investigación, Eva Laín, una revolucionaria que pondrá bocabajo la minería mundial, la geopolítica de los recursos minerales y energéticos. Síganla.

La dureza de las condiciones de los obreros a partir de 1873, la llegada de los ingleses, los de arriba (los del barrio de Bellavista) y los de abajo (los de las destartaladas e inmundas casuchas), las nubes de ‘progreso’, y un sinfín de contenidos que eran imposible de deglutir y digerir. Una grabadora hubiera cortocircuitado, fijo. La fecha del 4 de febrero de 1888 como heraldo de un pueblo levantado que, con armas, fue acallado por reclamar lo que era de justicia, lo que era suyo.

Luego vimos locomotoras, vagones (del Maharajá); escuchamos la sonora y exótica jerga inglesa, herencia y patrimonio de años de explotación de la Riotinto Company Limited (la manguara –de man wáter-, agua de hombres, aguardiente, pongamos por caso; el primer camión con mineros de la CNT-FAI que salió de camino de Sevilla para hacer frente al golpe de Queipo de Llano el mismo 19.7.1936 (la llamada en su momento “Columna minera”). Y más y más, y esto, y lo otro, y lo de más allá (“cómo iban a ser ecologistas, cuando se les echa en cara lo que hicieron en la faz de la Tierra, si no miraban ni por ellos mismos, si no podían”). Eva Laín habrá que seguirla. Y otro seguimiento recomendado: las bacterias quimiolitotróficas, esto es, el previsible origen de la vida hace 3800000000 de años, las llamadas bacterias comepiedras que descubrieron en las jarositas y que están en Marte petrificadas. Alucinante. Investiga que merece (nos interesa y no somos paleobiólogos ni nada que se le parezca).

Riotinto actual es un pueblo inconexo, hecho “a golpes de necesidad”, un urbanismo sin orden ni concierto. Sigue funcionando, y su función minera actual da trabajo a 1200 trabajadores que sacan 15 millones de toneladas de mineral anual y miles de kilos de concentrado de cobre.

En quince minutos nos plantamos en la Peña del Hierro. Otra inefable hendidura de la mano de obra a pico y pala. Vengan y vean. Es el mismo nacimiento del río Tinto, la clave investigadora para llegar a Marte en 2035. Gracias a Riotinto sabemos que hubo agua en el planeta rojo, ya que sabemos que no hay marcianos.

A las 13’20, tocó subir al tren. A tope: colegios, el IMSERSO más que bien representado. El aire decimonónico de aquel artilugio de hierro y madera que trajo el progreso de la Revolución Industrial daba aire historicista al paisaje en casi doce kilómetros en total saliendo del apeadero de “Talleres Mina” y terminando en “Los Frailes”. De broma, se me ocurrió decir: “A ver si esto descarrila…”. Una mujer madura valenciana me conminó: “Por favor, señor, no diga eso”. Mi intención era recordarles a las niñas que antiguamente se rompían estos artilugios y la gente caminaba. A ver. No quedó ahí la cosa (esperen unos renglones más abajo). Llegamos sanos y salvos al destino, paseíto por la ribera del Tinto (“cuidado con el agua y con los lodos que son ácidos”). De regreso, tras el cambio de posición de la locomotora diésel, a mitad de cuesta, un traquido ensordecedor y un respingo del carajo paró de cuajo el ingenio mecánico. Algo gordo se barruntaba.

Algún alumno (que suena alto por verborrea martilleante) con incontinencia verbal, comenzó, como ensalmo divino, a tomar las riendas de la situación. El vagón que había dejado de deshacernos las piedras del riñón con ese traqueteo incesante, varado cuesta arriba en medio de unas vías desvencijadas y color óxido, comenzó a balancearse con los bailes compulsivos del mismo. A., pongamos por caso que se llama, se convirtió, para suerte de los infortunados viajeros, en distracción. “- Claro, si le habrá metido sexta, y cuesta arriba con todos los que vamos, qué se cree el maquinista que puede pasar”. Los valencianos del IMSERSO se desternillaban de risa. Ja, ja, jajajajajaja. “No escucháis el aire que echa el tren. O son eructos o son peítos, a estas horas y con estas cuestas”. Ja, ja, ja. “Ay, que gracia tiene este rapaz”, se oía al fondo. Otro colega que se suma a la fiesta: “Que mañana viene agua, que la máquina sustituta se dé prisa”. Ja, ja, jajajajaja. La risa era entre nerviosa y justificada. Contagiosa, sobre todo. El vagón se entregaba en cuerpo y en alma al dúo de artistas. “Habrá devolución del dinero, ¿no? –Sí hombre, devolución, pero con intereses”. Pu, jajajajaja. “Menos mal que está cuesta abajo. Que levante el freno poco a poco y por lo menos nos movemos”. Jijijijijiji. “Yo no quiero devolución del dinero, yo quiero una Cruzcampo”. Buahhhh, buahhhh. Algunas muelas del juicio comenzaban a darse a la vista. Dentaduras de todo lustre hacían acto de presencia: destentados, puentes dentarios, endodoncias y ortodoncias, implantes, y dentaduras pegadas pagadas a plazos. Jojojojojojo (parecía que de pronto había llegado Papa Noel –un alemán que parecía quesero de los Alpes bávaros-). Aquello se convirtió en una actuación de Chiquito a pulso con Paco Gandía, Eugenio y toda la pléyade de caricatos y cómicos del solar hispano. “No puedoooooor”. Jajajajajaja. “Finstro”. “Cállate ya, por la gloria de mi madre”. El susodicho A. pedía encima un altavoz, a lo que un secuaz le espetaba: “Pero si el altavoz ya te lo dio tu madre cuando te trajo al mundo. Qué vocecita tiene el niño”. Jajajajajaja. Risotadas tan escandalosas como desencajadas. “Dice el hombre que el fallo ha sido eléctrico. Pues menos mal que el freno no era eléctrico, porque sino nos vemos como el tren de la película que no lo paraba nadie”. Lágrimas y dolor de tripas de tanta ocurrencia. Algunos se echaban las manos detrás de las orejas de cuando ya te duele todo y no puedes más, y no te quieres reír, pero…jujujujujuju, ozú, ozú, ozú. “Cuesta abajo, de culo y sin frenos”. Uuuuuujuju. Uy,uy, uy. Ya, ya, ya.

El tren que arranca. Palmas, como en una película con final feliz. Por megafonía (volvía la electricidad): “Solventado el problema, se reanuda la marcha, disculpen las molestias”. Todo muy del siglo XIX. Yo me eché sobre la ventanilla, saqué el brazo y a ver si con el viento en la cara recuperaba el resuello.

Traqueteo, y ahora baile y cante (no hacía falta ni moverse porque el tren le hacía a nuestro querido A. de exoesqueleto). Y por Camarón de la Isla, “Volando voy, volando vengo” (el tren iba a 6 km/hora), jajajaja. Después de haber estado todo el rato hablando de la acidez 3 del ph del agua, al chaval no se le ocurre –sin intención de su elección, creemos-, “Ay, como el aguaaaaa, ay como el aguaaaaa” (sería acidez lo que nos estaba subiendo del estómago porque había pasado la manecilla del reloj ya de las tres –los ácidos gástricos habían tomado el relevo al Riotinto-).

Un caballero de mediana edad nos puso nerviosos a medio vagón con unos cabezazos de encomio durmiendo rodeado de tal marasmo. Motivo de risa. Ay, por Dios. Jijijijijijiji. “¿Pero tú has visto?”. El alumno A, a 93 decibelios mínimo, a toda pastilla por el de San Fernando. Alguien decía: “A este del sueño le habrá picado una mosca Tsé-tsé, no es normal”. Jojojojojo. Pujajajajajaja. Competición de risas. “La mosca le ha hecho un buen avío”. Uy, uy, uy. Qué flexibilidad de cervicales. “Canta por el Junco”, le requerían a A. sus compañeras. “Junco, el pescuezo de este que no se despierta ni con el estruendo del tren y el baile del de Córdoba”, decía otro pensionista. Jajajajaja (en valenciano -aljalajajajalal-). En esos momentos se me venían a mi cabeza las cabezas reducidas o tzantza que hacían los pueblos shuar pinchadas en un junco. Y, niño, que se iba a dar contra el suelo en la frente y ni el traqueteo ni A. lo despertaban. Echábamos de menos a Iker Jiménez en aquel convoy. Misterio. Sueño era el que estábamos viviendo, pero estábamos vivos porque el chocar de vértebras nos devolvía a la cruda realidad de un tren lleno de niños y viejos, balanceándose que daba susto. De sueño, nada. Plena vigilia cuaresmal a las tres y media pasadas, con más hambre que un perro chico. A., el alumno, seguía su peculiar baile de San Vito, un títere de hilos invisibles del que no daban crédito los descompuestos y golpeteados compañeros de viaje. Estas prácticas para la tercera edad no sabemos si son para rejuvenecer o para quitarse pensiones de encima. Pero las carcajadas no faltaban, y eso era buena cosa. Si se morían, sería de risa. Jajajajaja. Alguno le puso nombre a la experiencia: “Gym Train”. El colegio a lo lejos miraba atónito. Para ellos las escorias, el río rojo, el paisaje marciano casi eran más normales que la danza improvisada y los pegos que salían en reguero por aquella boquita. Surrealismo daliniano en medio de vagones varados y cicatrices litosféricas de dimensiones galácticas. Un esperpento de cuadro, aunque A. alegró el azorado viaje como nadie sabría conseguir. Y encima, improvisado. Las neuronas se le agitaron y nunca se sabe (Risas). “Muchas vacaciones”, me dice una señora bien puesta girándose, “dicen que tienen ustedes los profesores”. “Muchas vacaciones, y el cielo ganado”. La mujer casi me enternece. De broma, le digo a otra pareja admirable de recién jubilados, con caniche en el regazo, a la que casi nuestro protagonista les pisa los juanetes: “Señora, tiene usted hijos y nietos”. El hombre, zorro, ya me veía venir. “Hombre, no vaya usted por ahí, que ya somos muchos….”. La señora se descoyuntaba de pensar en una adopción. El perro blanco la miraba desconcertado.

La máquina tractora se paró y los vociferios y algarabía con ella. Fin del trayecto

De camino a Aracena, la comida a la trágala. Por la tarde, viaje al centro de la Tierra.

Continuará.


2024.3.6 Galería de imágenes

viernes, 1 de marzo de 2024

2024.3.5 Día 1. Camino Doñana

 Día 1. Camino Doñana (5.3.2024)

Llegó el día D. Cuántas fatiguitas, cuántas circulares (una, dos y tres), cuánto consejo, cuánto de todo. Y cuánta pena de que se quedaran atrás más de los que se han subido al autobús. Veintiocho pipiolos, aprendices de geógrafos/as en busca de horizonte, camino de mundos tan cercanos como ignotos.

Por la mañana, entre el relente del amanecer y los nervios de padres, madres, hermanos grandes y chicos, parecía que en vez de una treintena escasa de excursionistas estaban el ciento y la madre, medio barrio (imagino por momentos cuando Mortadelo corre o vuela y no sabemos si hay una discoteca mortadela bailando rockabilly). Cuando las maletas inundaron las bodegas y los nenes subieron a bordo, la cosa se calmó. “Anda, que disfruten; y nosotras, qué, que no vamos a descansar”. Las manos se agitaban de júbilo al ver que la semana se despejaba, a unos y a otras, a unas y a otros.

Antonio, el chófer, al frente de la nave. Experiencia al volante, seguridad asegurada. Recuento, ¿estamos todos? Estamos todas. Primera marcha, primera calle. 8’10 del 5 de marzo de 2024. Por fin, el anhelado viaje de estudios de Geografía por la geografía andaluza echaba a andar.

La campiña de Córdoba servía de escenario paisajístico para ir cogiendo postura. Los nervios se disipaban llegando a la Cuesta del Espino. El micrófono se abría (para no apagarse en todo el camino -casi-): algo de interpretación de lo que íbamos dejando atrás y de lo que se nos adivinaba a cada curva, tras cada poste kilométrico. Que si Sierra Morena al norte, que Subbéticas al sur, que si campiña cerealista, que si Mioceno, que si Carlos III y la repoblación carolina del XVIII. Como cuñitas conductuales, todo lo que había que decir en esta lección en movimiento: qué es excursión geográfica, qué es equipo de trabajo, qué es responsabilidad, qué es el buen nombre del Averroes.

Casi sin darnos cuenta, los alcores de Carmona con su imponente parador y su hermosa Puerta de Córdoba se oteaban al frente. Algo de hidrología pasando por el afluente Corbones, algo de meteorología llegando al área metropolitana de Sevilla. Y algo de urbanismo atravesando las periferias hispalenses, y algo de política interpretando la Isla de la Cartuja y la Exposición Universal de Sevilla ’92. El Aljarafe, con Bormujos, las Castillejas, y los nuevos núcleos enriquecidos (gentrificación) camino del poniente huelvano, nos condujeron al desayuno. Rapidito y calentito (“el café hirviendo por favor”, se le escuchaba al profe). Retorno al bus y al poco de cruzar el Guadiamar, cambio de rumbo. Los chiquillos ya iban atiborrados de noreste a suroeste, de ganancia de longitud y pérdida de latitud, de rotación de la Tierra y de que el Sol sale por allí y por lo tanto….bla, bla, bla.

El Rocío nos acechaba. La Virgen en su sitio, los viajeros (por momentos peregrinos), agarrados como fieras a la reja. Algunos rezos, algunas miradas de expectación y asombro, algunas velas que voluntariamente alguno quiso dejarle a la Señora de las Marismas pidiendo, seguramente, por los suyos y por el mundo, que buena falta le hace (desde luego que luces le hacen falta –a muchas personas y a algunos políticos-). Ay, virgencita. Los profes le pedimos por el viaje, que no es cuestión de cansarla.

La profesora Leal cumpliendo con su misión. Tenéis que hacer esto, no tenéis que hacer lo otro. “Recordad todo lo que hemos dicho en clase”. Ella con sus modales y sus protocolos. El profesor Pedraza intentando que vieran en el territorio lo que la ciencia geográfica cuenta en los libros y en las diapositivas. Cada loco con su tema. El alumnado aguantando el tirón.

Nueva torcedura de orientación. Más al sur de Matalascañas no podíamos seguir. El autobús resulta que no tiene marcha submarina, ni es impermeable ni estanco. Pasando masas de pinares, 'Camping Doñana'. El destino ansiado. Frisábamos las 13 horas, buena, inmejorable hora. Descarga de bultos, ocupación de cabañas (o bungalows o barracones –una alumna, Auxi, nos corrige: “Maestro, hombre, ¡barracones!, que parecemos que venimos a una guerra, no digas eso”-. El profe carraspea. Nuestra ciudadela campista es una pasada. Cada uno en su casita y Dios en la de todos. Mejor de lo que esperábamos. Las risas y los gritos ahuyentan a los pajarillos que salen en estampida como si fuésemos batida cazadora. “Qué bien, vamos, pero estupendas las casas. ¿Tú te lo imaginabas así?”. En nuestra placita, que también la tenemos como cualquier buena comunidad de vecinos, corro en media luna e instrucciones para la siguiente etapa. Algunos no esperaron a la hora de la comida. Con las bocas llenas de miajón jamonero y chorreos de pringue por las comisuras, se hizo el silencio. Alivio.

Rozando las 2, entrábamos en El Acebuche. Mesitas merenderas y almuerzo (cada cual lo suyo, más empanadas y tortillas con pan que aportaban los maestros). El que no estuviera bien es que le dolían las muelas, porque se estaba una jartá de bien: solecito debajo de los pinitos, y a hacer hora para que llegasen los land-rovers. Y resulta que nos equivocamos de sitio. Que no era El Acebuche el lugar de partida. Antonio y su autobús obediente que rugían como un león esmayado de vuelta al Rocío. La empresa era la que tenía que ser, la contratada, y no la que nosotros nos habíamos inventado por arte de birlibirloque.   

Jero y Javier, nuestros chóferes e intérpretes. La parte septentrional del Parque Nacional de Doñana era nuestro espacio. Espectacular recorrido por los bosques de repoblación, por los bosques autóctonos de alcornoques, lentiscos, palmitos,…Y luego la llanura casi africana de la sabana tanzana, antiguas zonas de inundación llenas de ciervos, algunos équidos salvajes (los de la Saca del 26 de junio de cada año), grullas, torcaces, y restos de cochinos jabalíes y otras hierbas vivas. Javier y Jero nos contaron lo visto y lo no visto, lo más importante para poder conocer lo percibido. Si no sabes historia, ni no sabes biología, si no sabes economía, si no sabes política, si no sabes ecología, si no sabes, no sabes analizar el paisaje. Y como queda tanto por aprender, no quedaba más remedio que escuchar como un rito religioso, una voz sagrada, el conocimiento que desparramaban entre el polvo del camino nuestros cicerones cocheros.

Cayendo el Sol, crepúsculo onubense, retorno a nuestra placita campista, lavadillo-del-gato (algunos consiguieron ducharse a hurtadillas), y camino del restaurante a cenar. Calamares fritos, lomo de cerdo, patatas fritas, ensalada, sopa de picadillo, mandarinas y manzanas. Comían como limas. Qué alegría de niños, qué suerte de niñas. Se adivinan ojos de cansancio, algunos pijamas ya puestos, se vislumbraba obediencia con los platos recogidos y las mesas limpias. “Que no se tira nada; los platos sin nada”, se le había oído con severidad a los profesores cuando se ocupaban los sitios.

Cierre del día. Ya está bien por hoy. Mientras escribimos esto en el vestíbulo de nuestro hogar temporal, el tráfico de gente de aquí para allá nos dibuja la calle Cruz Conde un día cualquier de comercio en hora punta. Esperemos que pronto caigan rendidos. A nosotros se nos pegan los ojos. Una brisa húmeda del mar, propia del invierno templado de la Costa de la Luz, nos envuelve teniendo como palio el negro cielo jalonado de estrellas. Hasta mañana si Dios quiere.


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