2024.3.8 Camino
Córdoba
La excursión periclitaba. El fin
estaba a poco más de 256 km y 3 horas de camino. Le pongo la música de Gabinete
Caligari (Camino
Soria) al despertar y, mientras nos lavábamos la cara ante el espejo, se
nos escapaba “V-o-y//c-a-m-i-n-o- Córdobá….”. Pero en realidad no queríamos
irnos. Sentimientos encontrados. Quién va a querer dejar este ambiente, este
momento después de años de pandemia cuando fue imposible salir ni a la puerta
de casa, dando clase tras una pantalla y con mascarillas que parecíamos
embozados cuando no leprosos. Se acaba la historia, y en alguna cara se entreveía
tristeza de que la realidad nos diese un baño, nos sumergiese en la rutina con
sus circunstancias. Yo y mis circunstancias.
El ventarrón gélido de ayer nos
trajo el agua que le ahorró pilas al despertador, nubarrón repiqueteador de
nuestras guardas. La cabaña sonaba como si el lapislázuli y los piroclastos de
un volcán próximo estuviesen aterrizando. Qué tunda. Había que levantarse para
hacer la recogida de leoneras y tigreras. Levantamiento de campamento, y eso
lleva lo suyo.
El desayuno, como siempre. Ahí
vimos alguna carilla tristoncilla, meditabundo rictus en el que se entreveían
reflexiones más profundas que las de la llegada, seguramente superficiales y
ociosas. La cuenta atrás se exteriorizaba con ‘vengas’, ‘no dejaros nada atrás’,
‘retrovisor, retrovisor, retrovisor’, ‘préstame la escoba’, ‘quillo, muévete ya
que nos vamos’. Una sarta de tics y bocinazos que daban cuenta del
acontecimiento final. Que el Camino-Doñana había que deshacerlo.
Yendo para tomar café nos
encontramos con el Dacia blanco de Paco el guarda, el guardaespaldas bragado (de buey, no de mala intención).
Un dechado de virtudes humanas. Nos abrazamos efusivamente porque habíamos
hecho migas, nos estimamos en tan poco lapso de tiempo, pero me vine sin su
foto. Imaginen estibador portuario con gorro de lana, barbudo, 1’73, 90 kilos,
acento ceceante, gracejo. Me prometió que la próxima vez sí habría fotos. El
problema –no se lo dije- es que no habrá blog, y entonces el valor de la instantánea
decae como los índices bursátiles. Sin perder las amistades –que no Paco, que
no las vamos a perder-, tú te lo perdiste. Hubieses pasado a formar parte de la
galería de hombres ilustres del histórico IES Averroes. Ahí queda.
Las conversaciones de anoche seguían por la mañana, como el viento con el agua. En los soportales de los
refugios se escuchaba (yo poniendo el oído como la vecina de enfrente un poco
cotilla) que las misteriosas pérdidas eran misteriosas, que las puertas estaban
encantadas al abrirse y cerrarse solas (descartaban una corriente de aire), que
las luces eran guiñosas. Escalofrío. La silueta fantasmal de alguien creemos
que estaba detrás de estos fenómenos paranormales (cuando lo escribo, lo declamo
y me sale una voz entre Jiménez del Oso e Iker Jiménez –inténtelo si quiere
imaginarme en este momento de trance a escasos instantes de echar espuma por la
boca-). Por la noche, cuando vinieron a denunciar los hechos, les nombré la
posibilidad de haber hecho una güija, y sirvió para que la estampida fuese
multitudinaria como si me hubiese hecho invisible y lo que oyeron fuese una
presencia psicofónica (güijjjaajjjjajjjjaahhhhhjjjj). Justo en el momento que
les conminaba a la invocación, una lechuza levantó el vuelo. Cruzzzhhhh fue más
bien lo que se oyó. Lechuza, no lechuzo.
Lo mismo que se ponen las calles
por la mañana, decimos, pues también se pone el camino, y hoy todo estaba ya
puesto. Camino se hace al andar, el trecho que ya andamos y el que por andar
hoy haríamos de vuelta.
Recogiendo bártulos me encontré con un regalo que me hizo ayer por la noche Adriana. No cualquier cosa. La charla en la mañana de ayer con un grupo de niñas sobre qué sería de sus estudios, de su futuro vocacional, nos llevó a saber que ya hay alguna que manifiesta inteligencia artística. Paseamos por la playa, conversamos, le recomendé alguna lectura estival. El arte plástico la está esperando. Ese va a ser su camino, y quiere recorrerlo. Agradecida, quizá, por ayudarla a andar, por darle un empujoncito, por ser muleta en su vida, por querer ser ya artista nos vino con un presente, más que de su puño, de su corazón (o de su corazón por su puño; eso). No le pregunté el título. Conejos rojos, dos preciosos conejos rojos, macho y hembra, en los que quise ver pasiones. Y todo viene, creo, porque estuvimos por Doñana hablando de linces y conejos, de la etimología de España (el fenicio topónimo de ‘I-spn-ya’, oséase, tierra de conejos). Ahora, en el cuaderno de campo tenían que hacer algún apunte abosquejado, y esta niña nos llega en las postrimerías del día de ayer, casi cuando el ffffffuffff nos estaba helando vivos, con esta prueba de agradecimiento que para nosotros siempre será muestra de bondad y gratitud. Gracias, Adriana, el mundo del arte está esperando que hagas tu camino, que lo conquistes, andando, emborronando, manchando, abocetando, perfilando, exponiendo, regalando, ganando. Ojalá vivas como desees, y cuando llegues a casa después de esa aventura paisajista, digas al entrar, “mamá, quiero ser artista” (si eres geógrafa tampoco pasa nada).
[Inteligencia Artificial (IA): “En,
este, momento, el, que, me, está, tecleando, pone, cara, de, pillo; quizá, sea,
un, pillo. Cuando, nombra, Geografía, y, Paisaje, le, cambia, mucho, la, cara”].
Cuando las máquinas se rebelan pueden revelar secretillos pillo-pillo. No sé
qué voy a hacer con esta vieja computadora, vieja-al-visillo. Alcahueta
celestina metomentodo. Malandrina. Mejor será dejarla un rato, vaya a seguir
reflejando caras. Silencio, Sssshhhhiiiii. Estará durmiendo o soñando. Veo
pompas de colores flotando por su pantalla como psicodelia virtual. Seguro que ha
tenido celos de Adriana y se quiere poner
artista surrealista con onirismos ininteligibles. Envidiosa máquina. Tonta IA.
Ella no sabe que nunca pondrá el amor que la dibujante pone cuando coge un bolígrafo
rojo, la pasión desmedida por hacer suyo el mundo que la rodea. ¡¡¡Adriana, cuando seas famosas, ya sabes quienes te enseñaron territorios!!! ¡¡Queremos un paisaje tuyo!!!!.
A otra cosa, mariposa.
Hicimos revisión de camaretas.
Bueno, aceptable, aunque la 502 estaba para verla. El retrovisor es un valor
que no han desarrollado sus ocupantes. Faltaban pelos de leona para decir que
aquello era una…… Adivina!!! Era, era, una………….
A las 10,15, tras pasar revista a
las tiendas de madera, subimos la bandera de salida que es lo mismo que dejar
atrás y bajar la barrera de entrada al camping. El día inmejorable. El cielo
con sol y nubes, y un azul que dejamos de ver ayer porque se entoldó la cosa de
tal manera que sólo hay gris (marengo) para estos casos.
No queríamos recordar más que el
cuaderno se recogía al llegar a la Aldea Quintana, pero como ayer dijimos que
era buen momento para rematar la faena y recoger flecos, efectivamente las
rectas desde Matalascañas a Almonte y más para acá sirvieron de biblioteca
púbica andante.
Nada más coger a derechas al
dejar el camino terroso de salida, el micrófono del bus se abre: “fffffff,
ffffff, bien. ‘Soy cordobés, de la tierra de Julio Romero, el pintor de la musa
gitana, Córdoba sultana, cuando te quiero; soy cordobés, y a la orilla del
Guadalquivir, tengo que poner un letrero diciendo ‘Me muero, Córdoba por ti’ (Partitura del
"Soy cordobés", Rafael Castro). No hubo acompañamiento, fue una
capela de cantautor folklórico que quería dejar las penas en Huelva mejor que
transportarlas sin necesidad. Algún ‘olé’ extemporáneo sonó de fondo.
Como no bailamos la noche anterior por las inclemencias meteorológicas y porque todo ha cambiado de cuando fuimos de excursión en 8º de EGB por Cazorla y Las Alpujarras en cuanto a la relación entre profesorado y alumnado (al profesorado nos ha salido un duro competidor con el móvil para ser alguien , en una excursión, más móvil que nunca), nos permitimos aprovechar que el altavoz zumbante de algún mozo retumbaba, para mover el esqueleto (El taxi). Cansados estábamos, pero con ganas de bailar también estábamos. Nos pusimos un poquito firmes al pasar a la altura de la Aldea (del Rocío). Para la Quintana nos quedaba un ratito curioso. Supusimos que el manto de la Virgen nos habría cubierto en nuestra andanza. Las velas que le pusieron algunos, en el plano de la fe, hicieron efecto. Indemostrable, creíble (se nos vino en ese momento a la cabeza qué tuvo que pasar Elcano cuando volvió en 1522 de la circunnavegación habiendo perdido prácticamente toda la tripulación –de 239, 18 supervivientes-. Fue un mero pensamiento; prohibido sacar concomitancias).
Pasamos el Aljarafe, Sevilla, y
saliendo de su área metropolitana, Carmona en lo alto de su alcor. Parada en la
espectacular puerta de Sevilla, atravesamos el casco histórico hasta la puerta
de Córdoba, haciendo el recreo en la coqueta plaza de San Fernando, donde
comimos un piscolabis choricero (de que era viernes de Cuaresma se acordaron
dos personas –se permiten apuestas-). Pan de molde, ungüentos cárnicos, y la
profe haciendo de ama de casa, al cuidado de toda la prole. El profe fue ‘raptado’
por Nicolás, un carmonense de tomo y lomo, que viéndolo con cámara en ristre y
mochila –jubilado que está el hombre- nos cogió del brazo y para el Mercado de
Abastos que me llevó. La arquitectura civil de este elemento urbanístico es un
punto al que hay que buscarle las coordenadas (que hay que venir, por si no se
ha entendido bien). Y mira que pasamos por la vera en pleno Master de Paisaje
hace ya quince años, pero se nos pasó. A las 12’10, terminamos nuestra rutita
para hacer la actividad requerida, otra senda urbana como la de Huelva capital,
pero esta vez en grupo, con lo cual debiera salirnos parecida, pero con
diferentes percepciones, una por alumno/a, 28 interpretaciones. Esta es la
parte subjetiva del paisaje. Como las inteligencias, nunca debiéramos utilizar
el singular: paisajes.
Foto en la puerta de Córdoba, y
Antonio que, como reloj japonés (suizo ya lo dijimos otro día; para no repetirnos),
acechaba con su elefante rodante con la campiña del Corbones de fondo.
Al llegar a La Carlota, Mª José
cogió el micro para despedirse, dar las gracias. Abrevio para evitar emociones,
que ya han sido muchas. José R., lo mismo. Fácil de sospechar la carga
sentimental de los discursos. Gracias recíprocas, querida, gracias extensivas a
alumnado, a familias –que tanto sacrificio hacen para que puedan excursionar-,
gracias al personal del camping, gracias a Antonio, verdadero piloto al estilo
de los náuticos medievales –aunque ahora con GPS, que no es moco de pavo-.
Cortemos que no tenemos fin, y todo debe de
llegar a su fin. Yasmin, Paola, Valentina, Nadia, Saray S., Bella, Juan Carlos,
Miriam, Almudena R., Adriana, Almudena T., Samara, Cristian, Víctor, Alejandro,
Laura, Miriam B., Saray B., Jesús Manuel, Auxiliadora, Sara, Roberto, Rafael, Antonio , Adrián, Lucía,
Ainoa y Nuria fueron los actores y
actrices protagonistas. A los profesores nos ha encantado estar con vosotros/as,
formar parte de vuestro curso y vida más allá del aula y de sus límites.
Se acabó. En algunos momentos hemos iniciado la jornada con el himno de la excursión (Somos diferentes, Macaco). Con él nos despedimos. Y con la banda sonora personal, con la que siempre recordaremos esta excursión geográfica, la que nos da vida cuando las tristezas, el desdén, la incomprensión, la soledad o la contención pueden afligirnos. Es el otro himno, la música que nos da fuerza para el impulso que nos lleve a otro destino, a otras geografías, físicas y humanas.
Lana Del Rey - Summertime Sadness
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