viernes, 1 de marzo de 2024

2024.3.5 Día 1. Camino Doñana

 Día 1. Camino Doñana (5.3.2024)

Llegó el día D. Cuántas fatiguitas, cuántas circulares (una, dos y tres), cuánto consejo, cuánto de todo. Y cuánta pena de que se quedaran atrás más de los que se han subido al autobús. Veintiocho pipiolos, aprendices de geógrafos/as en busca de horizonte, camino de mundos tan cercanos como ignotos.

Por la mañana, entre el relente del amanecer y los nervios de padres, madres, hermanos grandes y chicos, parecía que en vez de una treintena escasa de excursionistas estaban el ciento y la madre, medio barrio (imagino por momentos cuando Mortadelo corre o vuela y no sabemos si hay una discoteca mortadela bailando rockabilly). Cuando las maletas inundaron las bodegas y los nenes subieron a bordo, la cosa se calmó. “Anda, que disfruten; y nosotras, qué, que no vamos a descansar”. Las manos se agitaban de júbilo al ver que la semana se despejaba, a unos y a otras, a unas y a otros.

Antonio, el chófer, al frente de la nave. Experiencia al volante, seguridad asegurada. Recuento, ¿estamos todos? Estamos todas. Primera marcha, primera calle. 8’10 del 5 de marzo de 2024. Por fin, el anhelado viaje de estudios de Geografía por la geografía andaluza echaba a andar.

La campiña de Córdoba servía de escenario paisajístico para ir cogiendo postura. Los nervios se disipaban llegando a la Cuesta del Espino. El micrófono se abría (para no apagarse en todo el camino -casi-): algo de interpretación de lo que íbamos dejando atrás y de lo que se nos adivinaba a cada curva, tras cada poste kilométrico. Que si Sierra Morena al norte, que Subbéticas al sur, que si campiña cerealista, que si Mioceno, que si Carlos III y la repoblación carolina del XVIII. Como cuñitas conductuales, todo lo que había que decir en esta lección en movimiento: qué es excursión geográfica, qué es equipo de trabajo, qué es responsabilidad, qué es el buen nombre del Averroes.

Casi sin darnos cuenta, los alcores de Carmona con su imponente parador y su hermosa Puerta de Córdoba se oteaban al frente. Algo de hidrología pasando por el afluente Corbones, algo de meteorología llegando al área metropolitana de Sevilla. Y algo de urbanismo atravesando las periferias hispalenses, y algo de política interpretando la Isla de la Cartuja y la Exposición Universal de Sevilla ’92. El Aljarafe, con Bormujos, las Castillejas, y los nuevos núcleos enriquecidos (gentrificación) camino del poniente huelvano, nos condujeron al desayuno. Rapidito y calentito (“el café hirviendo por favor”, se le escuchaba al profe). Retorno al bus y al poco de cruzar el Guadiamar, cambio de rumbo. Los chiquillos ya iban atiborrados de noreste a suroeste, de ganancia de longitud y pérdida de latitud, de rotación de la Tierra y de que el Sol sale por allí y por lo tanto….bla, bla, bla.

El Rocío nos acechaba. La Virgen en su sitio, los viajeros (por momentos peregrinos), agarrados como fieras a la reja. Algunos rezos, algunas miradas de expectación y asombro, algunas velas que voluntariamente alguno quiso dejarle a la Señora de las Marismas pidiendo, seguramente, por los suyos y por el mundo, que buena falta le hace (desde luego que luces le hacen falta –a muchas personas y a algunos políticos-). Ay, virgencita. Los profes le pedimos por el viaje, que no es cuestión de cansarla.

La profesora Leal cumpliendo con su misión. Tenéis que hacer esto, no tenéis que hacer lo otro. “Recordad todo lo que hemos dicho en clase”. Ella con sus modales y sus protocolos. El profesor Pedraza intentando que vieran en el territorio lo que la ciencia geográfica cuenta en los libros y en las diapositivas. Cada loco con su tema. El alumnado aguantando el tirón.

Nueva torcedura de orientación. Más al sur de Matalascañas no podíamos seguir. El autobús resulta que no tiene marcha submarina, ni es impermeable ni estanco. Pasando masas de pinares, 'Camping Doñana'. El destino ansiado. Frisábamos las 13 horas, buena, inmejorable hora. Descarga de bultos, ocupación de cabañas (o bungalows o barracones –una alumna, Auxi, nos corrige: “Maestro, hombre, ¡barracones!, que parecemos que venimos a una guerra, no digas eso”-. El profe carraspea. Nuestra ciudadela campista es una pasada. Cada uno en su casita y Dios en la de todos. Mejor de lo que esperábamos. Las risas y los gritos ahuyentan a los pajarillos que salen en estampida como si fuésemos batida cazadora. “Qué bien, vamos, pero estupendas las casas. ¿Tú te lo imaginabas así?”. En nuestra placita, que también la tenemos como cualquier buena comunidad de vecinos, corro en media luna e instrucciones para la siguiente etapa. Algunos no esperaron a la hora de la comida. Con las bocas llenas de miajón jamonero y chorreos de pringue por las comisuras, se hizo el silencio. Alivio.

Rozando las 2, entrábamos en El Acebuche. Mesitas merenderas y almuerzo (cada cual lo suyo, más empanadas y tortillas con pan que aportaban los maestros). El que no estuviera bien es que le dolían las muelas, porque se estaba una jartá de bien: solecito debajo de los pinitos, y a hacer hora para que llegasen los land-rovers. Y resulta que nos equivocamos de sitio. Que no era El Acebuche el lugar de partida. Antonio y su autobús obediente que rugían como un león esmayado de vuelta al Rocío. La empresa era la que tenía que ser, la contratada, y no la que nosotros nos habíamos inventado por arte de birlibirloque.   

Jero y Javier, nuestros chóferes e intérpretes. La parte septentrional del Parque Nacional de Doñana era nuestro espacio. Espectacular recorrido por los bosques de repoblación, por los bosques autóctonos de alcornoques, lentiscos, palmitos,…Y luego la llanura casi africana de la sabana tanzana, antiguas zonas de inundación llenas de ciervos, algunos équidos salvajes (los de la Saca del 26 de junio de cada año), grullas, torcaces, y restos de cochinos jabalíes y otras hierbas vivas. Javier y Jero nos contaron lo visto y lo no visto, lo más importante para poder conocer lo percibido. Si no sabes historia, ni no sabes biología, si no sabes economía, si no sabes política, si no sabes ecología, si no sabes, no sabes analizar el paisaje. Y como queda tanto por aprender, no quedaba más remedio que escuchar como un rito religioso, una voz sagrada, el conocimiento que desparramaban entre el polvo del camino nuestros cicerones cocheros.

Cayendo el Sol, crepúsculo onubense, retorno a nuestra placita campista, lavadillo-del-gato (algunos consiguieron ducharse a hurtadillas), y camino del restaurante a cenar. Calamares fritos, lomo de cerdo, patatas fritas, ensalada, sopa de picadillo, mandarinas y manzanas. Comían como limas. Qué alegría de niños, qué suerte de niñas. Se adivinan ojos de cansancio, algunos pijamas ya puestos, se vislumbraba obediencia con los platos recogidos y las mesas limpias. “Que no se tira nada; los platos sin nada”, se le había oído con severidad a los profesores cuando se ocupaban los sitios.

Cierre del día. Ya está bien por hoy. Mientras escribimos esto en el vestíbulo de nuestro hogar temporal, el tráfico de gente de aquí para allá nos dibuja la calle Cruz Conde un día cualquier de comercio en hora punta. Esperemos que pronto caigan rendidos. A nosotros se nos pegan los ojos. Una brisa húmeda del mar, propia del invierno templado de la Costa de la Luz, nos envuelve teniendo como palio el negro cielo jalonado de estrellas. Hasta mañana si Dios quiere.


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